Derechos humanos, apuesta decidida

Derechos humanos, apuesta decidida

Mikel Berraondo y Adriana Ciriza, expertos en Derechos Humanos y Cooperación Internacional y socios de Akuaipa Transformation.
Un año más, y ya van 72, se escriben ríos de tinta sobre los derechos humanos y la relevancia de la Declaración Universal de Derechos Humanos del año 1948. La única declaración dentro de la jerarquía normativa del derecho internacional sobre la que existe consenso que genera obligaciones jurídicas a los Estados.
27/01/2021

Y una declaración no tan universal como se vendió en su momento y que ha tenido que ser matizada y mejorada en infinidad de ocasiones a través de nuevas declaraciones y, sobre todo, con nuevos tratados internacionales que nos demuestran la evolución constante de los derechos humanos y el reconocimiento de algunos que anteriormente no se han querido reconocer. Evolución que nos recuerda, en contra de las teorías conservadoras inmovilistas, que los derechos humanos responden a las exigencias sociales que en cada momento histórico nos permiten vivir con esa dignidad humana que proviene del derecho natural y que está en la razón de ser y en la base de cualquier reivindicación social. Mucho más en el momento histórico que nos toca vivir con la sucesión de crisis que estamos viviendo en este siglo XXI (sanitaria, educativa, social, laboral, económica), agudizadas, todas, por la crisis mundial de la covid-19, que ha logrado tambalear hasta los cimientos más profundos del Partenón moderno erigido en torno a la Carta de San Francisco de 1945 y el multilateralismo de la ONU.

Así, un año más, los ríos de tinta se tiñen en su mayor medida de tonalidades tristes. Tanto como es la realidad diaria de los derechos humanos. Seguimos hablando de derechos pero sin reconocer los deberes que los derechos del otro nos exigen; adoramos los derechos que tenemos como personas individuales pero seguimos cuestionando los derechos que tenemos como colectivos, los derechos que tenemos como sociedades, basados en principios tan simples como la solidaridad, la igualdad, la libertad; se entregan premios por todo el mundo a referentes en la defensa de los derechos pero las personas defensoras de derechos humanos siguen sufriendo asesinatos, desapariciones, violencia y criminalización en la mayor parte de países del mundo.

Adoramos los derechos que tenemos como personas individuales pero seguimos cuestionando los derechos que tenemos como colectivos, los derechos que tenemos como sociedades, basados en principios tan simples como la solidaridad, la igualdad, la libertad.

Y en los que tienen discursos más amables, aquellas personas defensoras que están en primera línea son estigmatizadas, criminalizadas, acusadas de antisistemas o de terrorismo, y perseguidas con distintos niveles de intensidad, pero perseguidas. De nuevo, en este 2020, hablar de derechos humanos supone ir contracorriente, supone reivindicar el respeto necesario a esa parte del derecho positivo de los estados que emana del derecho internacional público, desarrollado en las diferentes organizaciones internacionales en las que soberanamente los Estados deciden participar, que fundamenta el Estado de derecho y habilita la posibilidad de formar parte de la comunidad internacional. 

Y supone situarnos siempre enfrente de aquellos que quieren domesticar los derechos humanos para hacerlos masticables desde sus ideologías políticas, rechazando el verdadero trasfondo político que tienen. Pero también, un año más, podemos escribir ríos de tinta con historias de ejercicio de derechos, de aplicación de los Tratados Internacionales, de actitudes proactivas de instituciones públicas y, sobre todo, de organizaciones sociales, e incluso de otros actores que tradicionalmente miraban en otra dirección cuando se les hablaba de derechos humanos. Un ejemplo puede ser el proceso que está realizando la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra promoviendo una agenda de convivencia y de respeto de derechos humanos que refuerce los cimientos sociales sobre los que se asienta la sociedad navarra. Como parte de esta agenda ha organizado recientemente jornadas sobre convivencia y derechos humanos, las primeras que se organizaban desde el Gobierno de Navarra, con un grupo de personas expertas en ámbitos académicos que han recordado lecciones fundamentales que no deberían olvidarse en ninguna sociedad.

Por fortuna, ejemplos de promoción y ejercicio de derechos humanos se producen a diario. 

Lecciones directamente relacionadas con modelos económicos neoliberales, ya constatados como sistemas de destrucción de las sociedades o el medio ambiente y sus tensiones permanentes con los derechos humanos; con la caracterización actual de las sociedades, centradas en el individualismo e inmovilizadas ante unas desigualdades cada vez más agudizadas y desnaturalizadas; con la recuperación de la solidaridad como valor público y generador de derechos, además de como agente clave para la creación de nuevos pactos de convivencia.

Lecciones que ya conocemos pero conviene recordar, como la necesidad de la igualdad e interseccionalidad de la misma en todas sus dimensiones, en especial para las mujeres y las personas jóvenes en áreas como el trabajo, el origen o el acceso a recursos económicos. Todo esto sin dejar de lado y priorizando en la(s) sociedad(es) de Navarra la necesidad de reconocer las identidades inclusivas y plurales, la necesidad de (re)conocer la verdad de todas las violaciones y vulneraciones de los derechos humanos y promover justicia y reparación sobre todas y cada una de ellas, la necesidad de construir una memoria colectiva desde los derechos humanos o la necesidad de proteger la cultura, los derechos culturales, ante acciones de discriminación y violencia.

Y lecciones sobre qué mecanismos y procesos se deben promover para lograr un plan de convivencia y derechos humanos inclusivo y plural. Mecanismos como asegurar la mayor participación posible y la transparencia; generar el diálogo entre todos los agentes de interés, especialmente entre los diferentes; garantizar un mayor protagonismo a la sociedad civil, promoviendo espacios de coordinación con las entidades del tercer sector, movimientos sociales y otros actores; e impulsar una actitud constructiva y desinteresada de los partidos políticos que se sientan (no todos) en una mesa para elevar estas reflexiones a los niveles altos de gobernanza, de una buena gobernanza.

Por fortuna, ejemplos de promoción y ejercicio de derechos humanos se producen a diario. Personas, organizaciones, instituciones que no renuncian a la utopía de un mundo regido desde todo ese abanico de derechos que nos permitiría vivir en sociedades más justas, equitativas e igualitarias. Ejemplos de quienes, aun hoy, siguen pensando que los derechos humanos requieren de una apuesta decidida.