Pamukkale, las puertas del infierno

Pamukkale, las puertas del infierno

Eukeni Olabarieta, médico y viajero
Una de las atracciones turísticas de Turquía es Pamukkale, castillo de algodón en turco, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
17/07/2014

En la provincia de Denizli, al sudoeste de Turquía, está el valle del río Menderes. Esta zona sufrió frecuentes terremotos que hicieron aflorar fuentes de aguas termales con un alto contenido en sales minerales, especialmente calcio y bicarbonatos. El agua se desliza por la ladera del monte y sus sales van precipitando y acumulándose originando gruesas capas de piedra caliza y travertino que bajan en forma de cascadas aparentemente congeladas. Pero también se forman terrazas de travertino escalonadas, con forma de media luna cubiertas por una capa de agua poco profunda por las que se puede pasear disfrutando del mágico lugar. El conjunto de terrazas y cascadas de un color blanco deslumbrante es espectacular. Estas fuentes termales muy conocidas en la antigüedad fueron consideradas terapéuticas por frigios y romanos que decían que sus propiedades curativas les fueron otorgadas por Asclepio, semidios de la medicina, y su hija Hygeia, diosa de la salud, la higiene y la sanción, bajo la protección de Apolo, dios de la curación. Pamukkale irradia una luz y una belleza que en algunas partes supera lo imaginable.

Ruinas de Hierápolis

En la antigüedad muchos edificios de culto a la naturaleza se construían cerca de fuentes termales y justo en lo alto de la ladera están las ruinas de Hierápolis. Hay constancia de asentamientos humanos en Pamukkale durante el periodo hitita, a los que siguieron anatolios, lidios y persas. Pero su mayor esplendor lo tuvo cuando los griegos llegados desde la costa del Egeo tras la caída de Troya expulsaron a los persas iniciándose el Periodo Helenístico que perduró hasta la llegada de los romanos. En Hierápolis, que quiere decir ciudad sagrada, los romanos adoraron a Apolo, Artemisa, Heracles o Poseidon y construyeron templos, teatros, palacios, y grandes avenidas. Lo que hoy se puede ver es de la época romana. Hay una gran avenida, la Calle de las columnas a cuyo alrededor están esparcidos por los suelos los restos de los edificios. Un sitio curioso es la Piscina Sagrada o de Cleopatra en cuyo fondo hay restos de columnas y mármoles tallados, y en la que, previo pago, se puede tomar un baño en sus azuladas aguas. Se conservan bastante bien el teatro romano, el ninfeo, la puerta bizantina, el templo de Apolo…

La actividad volcánica que originó las fuentes termales fue también la causa de que se filtraran dióxido de carbono y otros gases en una cueva de Hierápolis a la que se llamó cueva de Plutón. La gente que entraba moría a causa de los gases y se pensaba que era Plutón, dios de los infiernos el que enviaba el gas. Estrabón, que vivió entre el año 64 a.C. y el 24 d.C., ya describió este Plutoniun de Hierápolis. Pero ha sido hace poco cuando unos arqueólogos de la universidad de Salento han encontrado los restos de un templo dedicado a Plutón, con inscripciones dedicadas a las deidades del inframundo, una pequeña piscina y la entrada a una cueva y observaron cómo los pajarillos que se acercaban a ella morían. La cueva era la Puerta del Infierno o Plutoniun. Según Estrabón los peregrinos griegos y romanos acudían a este templo y podían ver los ritos sagrados desde las escaleras sin acercarse a la cueva. Solo sacerdotes y oráculos entraban brevemente. Los peregrinos se bañaban en la piscina y dormían alrededor de la puerta teniendo todo tipo de visiones, ensueños y profecías. Es posible que los efluvios de dióxido de carbono provocaran las alucinaciones que atribuían al dios Plutón. Vamos, que se colocaban bien. Este asunto de las plutonías o puertas o del infierno es un tema interesante, hay varias en el mundo, algún día trataremos de ellas.