Cheyenne

Cheyenne

Rafa Pol, Unidad de Planificación Estratégica de MONDRAGON
A veces, nos resulta difícil discernir entre lo que es bueno y lo que es malo cuando queremos valorar lo que sucede en nuestro contexto cooperativo, o no ponemos el suficiente empeño en nuestro día a día, porque no encontramos suficientes razones para “darlo todo por el bien de todos”.
18/01/2023

En cierta ocasión, fui invitado a aportar mis opiniones en la realización de un estudio sobre los valores de las personas que participan en la “Experiencia de MONDRAGON”.

Primero pensé, ¡Uf!, estas cosas no son más que un compromiso. ¿Qué puedo decir yo en nombre de los 80.000? Luego, me fueron informando de que todo iba a ser muy anónimo y de que no se trataba de representar a nadie, solo hablar y compartir reflexiones frente a una grabadora sobre cómo pensaba que había evolucionado la vivencia de los valores cooperativos. En fin, ¡ me convencieron!

Ahora, creo que pasar por aquel trance me sirvió para asentar alguna idea sobre el asunto, que seguro no refleja la opinión mayoritaria y que posiblemente genere algún rechazo en algún lector, pero que me atrevo a manifestar aquí.

Sin haber conocido a Arizmendiarrieta ni a nuestros padres fundadores, tengo el convencimiento de que toda su obra tenía una inspiración profundamente cristiana y, como era natural en aquella época de sacristías de los sesenta, un enfoque que yo calificaría más de social que de obrero, a diferencia de lo que podía estar ocurriendo en otras zonas de Euskadi.

Por eso, pienso que muchos de aquellos socios tenían una base de valores heredados desde un vector religioso, que era el que también estructuraba la sociedad del momento, y que creo tiene la característica de ser un elemento casi connatural, es decir, no proviene necesariamente del aprendizaje consciente, sino que viene insertado de fábrica en lo que podríamos llamar el sistema operativo de la conciencia de la persona.

Seguro que mientras desempeñaban su labor, no necesitaban pararse a pensar sobre si esto o aquello era más o menos solidario y bueno para el desarrollo de las personas y de la cooperativa, puesto que desde su conciencia no podía nacer una acción que no lo fuera. Además, no cabían las medias tintas en el compromiso y la entrega era total. Es la fuerza que da la fe en lo que crees, en el bien común.

“Seguramente medimos las acciones con otra métrica, muy diferente a la de nuestros predecesores: con más preponderancia de lo económico, buscando el reconocimiento individual o alguna cuota de poder”.

Con el tiempo, hemos ganado en muchas otras cosas y somos más ricos, pero quizás ese ingrediente secreto se ha diluido. A veces, nos resulta difícil discernir entre lo que es bueno y lo que es malo cuando queremos valorar lo que sucede en nuestro contexto cooperativo, o no ponemos el suficiente empeño en nuestro día a día, porque no encontramos suficientes razones para “darlo todo por el bien de todos”.

No pretendo con esto que volvamos todos a clase de religión, ni a hacer terapia, que sería la versión moderna del tratamiento. Solo expongo lo que para mí es una de las posibles razones que subyazcan en las cosas que hoy en día nos están ocurriendo.

Seguramente medimos las acciones con otra métrica, muy diferente a la de nuestros predecesores: con más preponderancia de lo económico, buscando el reconocimiento individual o alguna cuota de poder.

Para relajar esta reflexión sobre el cambio, comentaré que me viene a la cabeza una frase en una escena de una comedia del oeste titulada El Club Social de Cheyenne, en la que un humilde y maduro vaquero de la Texas de 1867, que se dedica a domar caballos, recibe una carta informándole de la herencia que le deja su hermano en Cheyenne (Wyoming). Él, acompañado por su más fiel amigo y compañero de trabajo durante diez años, atraviesa todo el país y al llegar allí se hace cargo del asunto, alcanzando una posición acomodada gracias al negocio de su hermano*. Su inseparable amigo va viendo, un tanto contrariado, cómo evoluciona y cambia su persona a medida que se adapta a la nueva vida. Es sincero y no deja de darle su opinión, pero respeta sus actos y le defiende. Por el contrario, el nuevo y feliz hombre rico, comienza a hacerse preguntas sobre su fiel amigo que jamás se había hecho y que solo pueden haber nacido de su nueva condición: “Dime, Sullivan, ¿Tú por qué estás conmigo?”.

* Véase la película o búsquese en internet.