Límites II

Límites II

Rafael Cristóbal
El mundo animal subhumano es el paraíso de la perfección. En las sociedades animales subhumanas, existe una finísima correspondencia entre instintos nacientes del niño e instintos de sus congéneres. Los límites entre ellos están establecidos por éstos.
17/02/2011

Con la emergencia del género Homo, sin el corsé férreo de las pautas fijas, el ser humano queda abierto a la creación de sus modos de comportarse, y, con ello, es susceptible de las más altas metas y también de las mayores aberraciones. El instinto determina sus deseos, pero su hacer ha de ser inventado o aprendido. Necesita de la educación y de la cultura. El niño humano es un ser de iniciativas.

Surgida una iniciativa de acción, la criatura se pone a inventar el modo de realizarla. No necesitará que se le enseñe gran cosa. A lo sumo, algunas herramientas teóricas para comprender mejor la estructura de lo que está explorando y realizando. Para convertirse en un ser creativo y competente, sólo nos pedirá que respetemos su iniciativa y seamos nosotros mismos civilizados, creativos y competentes. De ese modo nos convertimos en sus modelos.

A veces esas iniciativas del niño van en contra de nuestros planes. Surge entonces el conflicto y se nos plantea la disyuntiva de si seguir el deseo del niño o el nuestro. Se llega incluso a pensar que si seguimos su deseo, se convertirá en un caprichoso. Sin embargo el conocimiento actual nos dice que es bueno que obedezcamos la iniciativa del niño, que respetemos sus “nos”, pues detrás de un no siempre hay un sí, siempre hay un plan de la criatura. Es ésta la abnegación educativa: la de renunciar a nuestros planes al servicio del plan de ellos.

Nos facilitará esa ardua tarea el pensamiento de que, en ese conato de iniciativa, está germinando y creciendo su capacidad de decisión que le conducirá a ese ser proactivo y creador que tanto reclama nuestra sociedad moderna. Somos herederos de un tiempo en el que para la producción era necesaria la fuerza muscular del hombre. Vino después la fuerza hidráulica que movió los martinetes de nuestras ferrerías y, luego, la máquina de vapor. Entonces ya no se necesitaba la fuerza muscular. La esclavitud en todas sus formas dejó de ser necesaria. Pero hacía falta quien manejase esas máquinas. Y vino el taylorismo con el trabajo en cadena. No se necesitaban músculos humanos, pero sí obediencia y sumisión. Y la educación se configuró para hacer seres obedientes y sumisos. Escuelas militarizadas incluso en sus formas: filas de niños, aulas uniformadas y aprendizajes de memoria.

Llegó la era de la robótica. Los autómatas realizan las tareas que nuestros padres realizaban en sus máquinas. No hacen falta limadores, manipuladores de herramientas, ensambladores. Hace falta creatividad y capacidad de decisión. ¿Cómo podremos tener seres humanos con gusto por el hacer y crear, con entrenamiento en hallar soluciones a los problemas, si sus iniciativas son agostadas en su estado naciente mismo?

Nadie desea más hacer bien las cosas que el propio niño. Mientras no sea desmontada la ideología del niño bajo sospecha, a quien, de no ponérsele límites, se convertirá en un ser sin ley, espontáneamente nos surgirá el límite preventivo. Mientras subsista la ideología del ordenador vacío en el que hay que programarle en todo, el niño será sometido a la militarización de la instrucción. Es necesario desinstalar estos programas ideológicos obsoletos, para que estas nuevas ideas puedan hacerse operativas, e inspiren nuestra acción educativa y pedagógica.

Con el descubrimiento del instinto en el niño, se ha abierto el horizonte de su iniciativa y autonomía. El niño humano es un ser de iniciativas crecientes si éstas son respetadas por sus cuidadores. El cariño agradecido que genera en él esa atención a sus iniciativas, potenciará su instinto de imitación de las acciones de sus seres queridos. Asimilará las habilidades instrumentales de sus cuidadores amados e imitará sus comportamientos sociales.

Dejémoslo en actividad libre y seamos creadores, respetuosos de los demás, e ilusionados por mejorar el mundo. La mera contemplación de nuestro modo de ser y hacer, determinará su modo de ser y hacer. Seamos mejores y el niño aprenderá por imitación lo que es la convivencia humana y la armonía de su ser con el de los seres que le rodean. Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice.