Instrucción y construcción

Instrucción y construcción

Rafael Cristóbal, Arizmendi Ikastolako aholkularia
El término instrucción procede de un sustantivo y verbo latinos. Instruere e instructio. Es una palabra compuesta In y struere, que significa levantar, hacer un edificio. De ahí proceden también varios términos de la lengua castellana como construir, destruir.
2013/07/17

El prefijo in unido al struere da la significación de edificar en. La instrucción es el acto por el que alguien –en este caso el profesor- edifica algo en alguien. Instruyendo, el sistema escolar levanta, edifica algo en el alumno o alumna.  En la acepción estricta del instruir, el sujeto activo es el profesor y el pasivo, el alumno. Como pudiera ser un solar ante el constructor.
En este caso, yendo a la raíz etimológica, el término instrucción y el acto de instruir no es tan neutro, ni inocente. La instrucción sitúa al alumno en la posición de sujeto pasivo y carga sobre el maestro  toda la responsabilidad y tarea de la edificación del saber en la mente del niño. Tamquam tabula rasa in qua nihil est scriptum,dijo de la mente infantil Aristóteles. Pueden hacerse diferentes lecturas de esta sentencia, pero una de ellas, y posiblemente la más extendida, sea la que se desprende del término instrucción: la criatura humana viene al mundo como un objeto material, pasivo: como una tablilla de cera o una pizarra en la que nada está escrito.
A partir de esta concepción, viene la casuística magistral: unos son más duros de mollera que otros. Pero en todos, duros de mollera o no,  hay que escribir, como sea, el texto del saber. Si es necesario, con la violencia de los castigos y amenazas hasta acercarnos al “la letra con sangre entra”.
Las ciencias naturales no avalan esta sentencia aristotélica. Ya sabíamos que, en el reino animal, la criatura nace con una gama innumerable de saberes innatos, desde encontrar la teta de la madre, cobijarse en ella,  andar, combatir, cazar, cortejar, hasta construir el nido o la madriguera y cuidar de sus crías. Y el ser humano, hijo del reino animal, nace con esos mismos instintos que le aseguran su supervivencia, pero con una singularidad que le diferencia de todo el resto de seres del reino animal: su inteligencia. Y, justamente por ello, las acciones motoras necesarias para esa supervivencia son muy pronto entregadas a la creación inteligente: a la invención y al aprendizaje. Del instinto le queda la emoción, el imaginario y la orquestación visceral.
Uno de estos instintos es las ganas de saber, jakinmina. Emerge muy precozmente: a los 5 meses de edad. El ser humano nace queriendo saber, y esa pasión por saber  puede durar todo el resto de la vida, si no es segada por las torpezas educacionales.
Esto nos dice que el niño humano es un  sujeto activo de conocimiento. Ya lo dijo Piaget. El niño humano, dejado libremente, se instruye por instinto. La niña y el niño, ansían introducirse en el conocimiento de los objetos, de sus cualidades físicas, de los espacios y de los tiempos. Para esto apenas necesitarán de guía adulto: aprenderán  de los mayores o inventarán ellos mismos nuevas rutas para lograr sus objetivos espaciales. Sólo necesitan de espacios y objetos complejos y compañeros de juego. El adulto no le será necesario sino para arroparle en sus daños exploratorios y volverle a la exploración.  
Pero el ser humano, con su inteligencia, ha creado un mundo complejo, en ideas y representaciones, en arquitectura y urbanismo, en pintura y escultura, en prosa y poesía, en pensamiento. Y para introducirse en ese mundo necesita ayuda y guía. Aquí es cuando entra en juego el profesor, el guía que le introduce en este mundo, creando primero las ganas de conocer mediante su entusiasmo y guiándole en el camino mediante su delicadeza y respeto a las leyes del conocimiento del niño.
A partir de este momento, la  instrucción se convierte  en construcción. Un levantamiento del edificio del saber en cooperación. El maestro muestra a la criatura esos mundos descubiertos por los que nos precedieron y el niño a su ritmo se va introduciendo en esos mundos nuevos. Al alma humana no le bastan los objetos físicos y biológicos. Tiene necesidad de significantes, de esos “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón”.  Necesita de ellos, pero el acceso a ellos es una ascensión que necesita de la guía del Maestro y de su ánimo, de ese ser nunca suficientemente valorado que despierta el interés del niño por esos mundos, le introduce en ellos y le da la libertad y su tiempo para explorarlos.