Escolaridad y autoestima

Escolaridad y autoestima

Rafael Cristóbal, Arizmendi Ikastolako aholkularia
La palabra autoestima está muy extendida en el uso general de nuestras gentes. Es una de las consecuencias de la irrupción en el campo cultural de la psicología y la psicoterapia. La palabra autoestima significa el aprecio que tiene uno o una hacia sí mismo o misma.
2012/12/12

La palabra autoestima significa el aprecio que tiene uno o una hacia sí mismo o misma. Quien posee una autoestima elevada, se tiene a sí mismo/a en un alto valor. Quien sufre de una autoestima baja se tiene en poco valor. Quien se siente en un apreciable valor,  acomete los retos con confianza. Quien se ve sin valía, se inhibirá ante las nuevas posibilidades. Las percibirá como superiores a sus capacidades. Tiene, pues, mucha importancia para la vida el sentimiento de valor que una o uno tenga de sí mismo/a.
Es muy amplio el campo donde el sentimiento de valor o de valía se hace y se desarrolla. Uno de ellos es el campo escolar. Conviene señalar de antemano que no es lo mismo tener cualidades valiosas que sentirse valioso/a. Hay muchos seres humanos llenos de cualidades y facultades pero que no tienen conciencia de ellas. Si no las aprecian, no las desarrollarán. Hay otros, en cambio, de valía bastante discutible, pero poseídos de un sentimiento de valor e importancia. Los primeros, llevarán una vida inhibida, penetrados por un sentimiento generalizado de frustración. Acabarán su existencia sin haberse atrevido a ser lo que podían haber sido y se llamarán, incluso, cobardes. Los otros afrontarán retos y subirán puestos, incluso aquellos que están por encima de su capacidad real. No importa. Para cuando su entorno haya percatado de sus limitaciones, les habrá llegado la jubilación.  
En el mundo en que vivimos, la escolaridad ha adquirido una gran importancia y los resultados escolares inciden poderosamente en el sentimiento de  valía. No fue tan acusada en épocas anteriores.  En las clases bajas, campesinas e industriales, la escolaridad tenía un lugar marginal, y en las clases altas la fortuna sostenía el estatus. La mujer estaba excluida de la instrucción superior y la universidad era patrimonio masculino. Sólo en las clases medias, los estudios constituían un ascensor social. Por ello los varones de estas clases estaban sometidos a  presiones importantes y, por tanto, los estudios eran origen de estrés y de gloria.
Hoy las cosas ocurren de otro modo. La  universalización de la enseñanza superior y la obligatoriedad de la enseñanza media, junto con la importancia que el conocimiento ha adquirido en nuestra sociedad de la información y de tecnología avanzada, han determinado que la escolaridad y los estudios sean los principales donadores de valor y estima social del aplauso o la censura, del premio o del castigo y, con ello, de la armonía o drama familiar.
Cierto es que la sociedad es mucho más abierta que las anteriores y que el adolescente puede salirse con más facilidad del sistema para refugiarse en la banda juvenil resistente. Pero, ello es al precio de severos conflictos familiares. Las más de las veces, el recurso a algún tipo de consumo será el modo de amortiguar la conciencia.  Mal asunto. Tras un gran sufrimiento familiar y personal, llegarán a los albores de la veintena con una autoestima arruinada y una personalidad debilitada, sólo sostenida por un sinfín de mecanismos de defensa y  proclive a fobias y otros trastornos. Sin mencionar la drogodependencia y la psicopatía.
Si la armonía del y la estudiante con el sistema educativo es de tal importancia para empezar la vida con buen pie, la escolaridad habrá de ser tratada con una delicadeza especial, considerándola, no considerada, como antaño, en su dimensión exclusivamente instructiva que la seguía el que la seguía y el que no, se quedaba simplemente fuera, sino como una fase esencial del proceso vital de ese ser humano femenino y masculino.  
Las dificultades escolares son fuente de angustias, sentimientos de inferioridad  y sufrimiento con el orden de secuelas que deja. El fracaso escolar sobrepasa lo instructivo, para convertirse en un fracaso existencial y quebranto familiar.
El sistema escolar ha de ser organizado de manera que nadie se sienta menos que otro por razones de estudio. Cada uno, y cada una, tienen sus ritmos cognitivos, sus preferencias temáticas y sus gustos. Los conocimientos actuales nos dicen que la generalidad humana no llega a utilizar más de un 15% de su capacidad mental.  No hay razón, pues, para discriminaciones ni humillaciones por motivos escolares. Todo es cuestión de que el sistema educativo e instructivo se adecue, desde las edades más precoces, al modo específico de ser y aprender de cada niña o niño.